vendredi, mai 18, 2007
Los corazones hambrientos de Benidorm
La primera impresión cuando bajó por fin del autobús fue exactamente como temía. Ahí estaba su abuelo Tirso con su aburridísimo amigo Don Valerio esperando en el andén. Le ofrecieron un paseo por la playa, un enorme derroche de simpatía agobiante y toda una colección de chismes y ocurrencias paleolíticas. El niño asentía educado a cada comentario mientras contaba las baldosas al andar. No le gustaba mirar a la cara de su abuelo; el rostro cansado y ajado por los sinsabores de la vida, el brillo de vidrio enterrado de sus ojos, los pliegues trémulos de la piel desnuda de su cuello, el olor a vida agotada. Aunque Samuel aún no lo sabía, le aterrorizaba tomar conciencia de su propia mortalidad en cada suspiro del abuelo Tirso.
Samuel había afrontando ya el primer día de destierro cuando el abuelo le propuso el apasionante viaje a la cafetería más octogenaria de todo Benidorm, Los Corazones Hambrientos, donde habría de pasar toda una tarde delante de una esbelta leche merengada. Que no me hable de la Posguerra, era el único deseo de Samuel.
Fue entonces cuando sucedió, cuando ella apareció. Samuel levantó la vista del vaso y observó la mirada perdida de su abuelo. Aquellos ojos tristes traspasaban cuatro o cinco mesas hasta llegar a una elegante señora que le saludó con la cabeza. Parecía una vieja gloria del cine. Aquella mujer tenía que haber sido muy hermosa, pensó mientras observaba como su abuelo apartaba tímido la mirada y enrojecía. Le gustaba, ¡no podía creerlo!. Resultaba divertido ver al viejo Tirso perturbado por lo ojos de una mujer. Resultaba emocionante ver cuánta vida había tan cerca del final. Resultaba aterrador comprobar que el amor hería hasta el último suspiro.
Samuel se armó del valor que le faltaba a su abuelo y preguntó por ella. “Tonterías” respondió Tirso ahogando un carraspeo delator. Pero ella también miraba. Y sonreía dulce y coqueta mientras se colocaba el tirante de su vestido rojo technicolor. Y entonces Samuel la llamó con un gesto de la mano ante el estupor de su abuelo. La señora se levantó. Aquélla gloria de pantalla grande venía hacia su mesa. Todo un triunfo para el audaz muchacho.
Cuatro mesas redondas de mármol separaban el encuentro cuando, de pronto, un obstáculo mayor se interpuso en el camino del amor. Don Tomás, el octogenario más pudiente de Los Corazones Hambrientos, apareció entre la selva de sillas y saludó a la dama con la elegancia propia de los años cuarenta. Habló, aduló, volvió a hablar y volvió a adular. Invitó a la dama a sentarse a su mesa. Ella tardó en responder el tiempo justo de mirar por encima del hombro del viejo rico a Tirso y ver cómo éste apartaba su mirada y se concentraba en remover el café más amargo de su vida. Y así, a dos mesas de distancia, el futuro se troncó en lo que siempre había sido; una muesca más para Don Tomás, un nuevo dolor oculto para el abuelo.
- Venga, nos vamos a casa. Quiero enseñarte unas fotografías que aún no has visto.
Samuel se levantó inquieto, sintiendo con la cabeza y pensando con el corazón por primera vez en su vida.
Imagen del diario "Los Tiempos"
Autor: nosurrender (Don Lagarto)
Esta pequeño relato fue posteado en este blog, que intenta ser una colección de historias y relatos propios de cuidad, con permiso de don Lagarto (nosurrender) , y a quien, por supuesto, recomiendo visitar en: El Lagarto en tu laberinto
jeudi, mai 03, 2007
La mañana en el jardín
El trozo de madera cae enmedio del estanque. Los círculos concéntricos desaparecen y en segundos el agua recobra su tersura. Abelardo se inclina y elige una piedra. Esta vez la arroja al aire sólo para atraparla en su caída. El éxito de una jugada imaginaria le arranca una exclamación:
–¡Mucho, portero! ¡Qué padre te aventaste, mi Lalo!
Se pasa la piedra de una mano a otra, como si se tratara del balón, y piensa en sus compañeros de la fábrica. Aunque lo esperan el sábado, no asistirá al juego en el llano de La Purísima. Al final lo acosarían a preguntas. El no tendrá fuerzas para inventar que aún no ha buscado trabajo porque desea tomarse unas vacaciones después de catorce años sin descanso.
–Y me quejaba por eso. ¿Cómo ves? –le dice a un pato de plumas carcomidas que corre hacia el estanque.
Abelardo se queda observando la forma en que el animal se desliza en el agua sin mojarse las plumas. Lanza la piedra contra la soberanía del pato:
–¡Pendejo: no me dejes hablando solo!
Celebra su ocurrencia con una carcajada que le irrita la garganta y lo hace toser. No encuentra su pañuelo en el bolsillo. Piensa en volver a la casa y buscarlo entre las toallas húmedas del baño o las sábanas desordenadas y quizás aún tibias.
Piensa en Rosaura. Hace menos de una hora que, como todos los días, caminaron juntos hasta la terminal. Por primera vez sólo su mujer abordó el microbús rumbo al trabajo. El se quedó inmóvil, mirándolo alejarse.
Cuando el microbús desapareció al fondo de la avenida, Abelardo asumió su nueva condición de desempleado. Al decírselo experimentó la misma sensación de abandono que cuando, de niño, su padre lo dejaba en casa de su abuela mientras se iba a trabajar a Villa del Carbón. Don Evaristo volvía los sábados, muy tarde, malhumorado y exhausto. El domingo se despedían en la terminal. A pesar de tenerlo prohibido, Abelardo iba tras el autobús hasta que sus esfuerzos por alcanzarlo eran inútiles. A la sensación de abandono se sumaba la de fracaso.
Oprimido por el recuerdo, Abelardo se alejó de la terminal. Las calles, los semáforos, los flujos del tránsito le marcaron el rumbo en su primer día fuera de la fábrica. Varias veces tuvo la ocurrencia de dirigirse a ella y merodear, con la esperanza de otra oportunidad. Tal vez su jefe hubiera comprendido que no es fácil conseguir un trabajador capaz de moverse en cuatro áreas sin dificultad, sin sueldos complementarios ni vacaciones.
Abelardo se dio cuenta de que su sueño era un delirio y si daba vueltas por la fábrica el policía, olvidando su antigua amistad, iba a darle el mismo trato que a los vagos del rumbo: “Retírese por favor”. No tenía caso exponerse a semejante humillación. El feroz claxon de un tráiler lo obligó a detenerse. El peso del torton estremeció la tierra. La vibración le recordó su miedo a los temblores y su pesadilla recurrente desde el 85: morir solo en la calle y quedar sepultado bajo escombros.
Sintió urgencia por ver gente y se encaminó al parque cercano. Allí no encontraría ningún guardia que le dijera “Retírese por favor”. Su tranquilidad desapareció ante la presencia de los corredores y gimnastas que circulaban por las veredas. Sus movimientos cronometrados y sus atuendos deportivos lo cohibieron. Para evitarlos se dirigió al estanque. Mientras avanzaba se preguntó cómo diablos terminaría esa mañana.
Los patos le recordaron, por su blancura, a los deportistas. Sintió una súbita antipatía hacia ellos. Le disgustó que estuvieran en el parque, corriendo y flexionándose para mantenerse esbeltos y sanos, mientras que él había caído allí sólo por no tener otro lugar adónde ir. Eligió un trozo de madera y lo arrojó al estanque.
II
Abelardo escucha un sonido metálico. Se vuelve y descubre a una enfermera que empuja despacio, fastidiada, una silla de ruedas. Piensa que está vacía pero cuando cruza frente a él descubre, hundida en una cobija blanca, a una anciana. Se divierte imaginando que está paralítica, es millonaria e insomne.
Abelardo se pregunta qué puede quitarle el sueño a una anciana acaudalada. Vacila antes de darse una respuesta satisfactoria: “Ha de ser muy cabrón no saber a quién dejarle la herencia o si la enfermera va a desbarrancarla en uno de sus paseos matutinos”.
Sigue con la mirada a la enfermera. La ve detenerse para cruzar la avenida. Abelardo recuerda el tráiler que estuvo a punto de arrollarlo. Podría aparecer otro cuando la anciana y su cuidadora estén atravesando. Sin pensarlo, corre hacia las dos mujeres. “¿Puedo ayudar?” La enfermera finge una sonrisa, se lleva la mano al pecho, saca un espray y le rocía la cara.
Desconcertado, Abelardo retrocede y se frota los ojos. Teme haber perdido la vista: “No veo, estoy ciego”. Sus gritos se confunden con los de la anciana: “Asesino, bandido, ladrón”. Atraídos por el escándalo, se acercan los deportistas. Para Abelardo son manchas blancas que jadean y huelen a sudor; aún así trata de explicarles lo que sucedió: “Sólo quería ayudarlas, pero me atacaron. No veo”.
Una mujer con portafolios se dirige a la anciana: “No se preocupe, abuelita. Ya viene la patrulla para llevarse a este desgraciado”. Atónito, a punto de llorar, Abelardo protesta: “Oígame, ¿qué le pasa? Déjeme explicarle”. La anciana lo interrumpe: “No me interesa. Guárdese sus alegatos y sus mentiras para cuando venga la policía”.
Abelardo se frota los ojos y parpadea hasta que al fin recobra algo de visión. Sonríe. La enfermera, escandalizada, agita la cabeza: “Y para colmo, ¡cínico!” La anciana le toma la mano a la mujer y se la besa llamándola “mi ángel, mi salvadora”. Una deportista, sin interrumpir su carrera estacionaria, se dirige a la enfermera: “¿Dónde compraste el espray? Quiero uno. Imagínate que todas las mañanas vengo aquí. ¿Qué tal si un día me sale un depravado como éste?”
Se escucha el aullido de las sirenas. Los testigos cierran el círculo en derredor del sospechoso. En cuanto ven a los policías armados con metralletas todos señalan a Abelardo: “Es él...” “Quiso atacar a la ancianita”. “Si no ha sido por su cuidadora...” Al ver que Abelardo se lleva la mano al pecho, la deportista suspende su carrera estacionaria y alerta: “Cuidado: puede traer pistola”.
Los policías lo cercan. Abelardo los rechaza: “No. Me duele el pecho, me falta el aire”. Un cabo lo sorprende por la espalda y lo inmoviliza con una llave: “Y más te faltará, cabrón, cuando estés refundido en el tambo. ¡Jálale!” Abelardo se resiste y otro policía, con la culata de su rifle, le asesta un golpe en la espalda. Electrizado por el dolor, Abelardo se desploma. “Qué feas cosas están sucediendo”, dice la mujer del portafolios antes de alejarse. La corredora estacionaria le pregunta de nuevo a la enfermera dónde compró el espray. “En el Eje Central y baratísimo: es chino”.
Abelardo siente recrudecerse el dolor en su pecho. Un policía se inclina sobre él: “No te hagas. ¡Levántate!” El acusado permanece inmóvil. La anciana exige que la pongan al tanto de lo que está sucediendo. Su enfermera le responde: “Ahora el maldito quiere hacerse el enfermo del corazón”. La corredora estacionaria suelta una carcajada y agrega, en alusión a las noticias: “Como que se están poniendo de moda los cardiacos. ¡Qué fácil!”
Irrumpen en el jardín otros policías. El más corpulento da órdenes mientras que los demás procuran apartar a los curiosos. Abelardo los ve como figuras alargadas pero no logra distinguir sus rostros. Una placidez extraña lo invade. Le gustaría prolongarla, pero otra punzada le quita la respiración y lo asfixia antes de que llegue a saber cómo terminará esa mañana.
mercredi, avril 18, 2007
Juan Camaney
—Es que es muy pedo —dijo Eduardo—, siempre anda burro, estoy seguro que si
avientas un cerillo, truena.
Antonio sonrió mientras ponía una caja en el suelo que estaba llena de huesos y figuras
arqueológicas que habían recogido esa tarde en el barranco.
—¿No se enojará Juan Camaney? —preguntó Antonio. A lo mejor llega ahorita y se
saca de onda.
—No, no hay bronca, el Juan Camaney es cuate —dijo Eduardo—, además, siempre nos
da chance de entrar para chupar, no hay pedo, loco, porque estamos repartiéndonos
estos tepalcates, güey.
—Bueno nada más te preguntaba porque no quiero pedos, cabrón, ¿va?
—Sí, sí, güey, ya, abre la caja, ¿no?
La noche cayó como persiana que baja, como animal invisible que se alimenta de luz,
Antonio y Eduardo terminaron de repartirse las cosas y Antonio sacó un tabaco.
—Saca uno, ¿no? —dijo Eduardo.
Mientras encendían los cigarros Eduardo observaba las cosas más deterioradas, estaban
feas, feas.
—¿Cómo ves si le dejamos un regalito a Juan Camaney? —Antonio entendió enseguida
de qué se trataba y contestó.
—Órale, vamos a dejarle unos huesitos.
Eduardo soltó una carcajada.
—¡El pedote que le vamos a sacar cuando abra la puerta y vea unos espantosos monos
antiguos revueltos con huesos humanos, se va a mear del susto!.
—¡A huevo! —dijo Antonio, riéndose también.
—Mira, se los acomodamos acá, de una manera muy loca para que alucine más: esta
cadera por aquí y este fémur están bien acá…, también estas dos caras.
Antonio los cogió e hizo una figura con los huesos y las caras de barro.
—Así, cuando abra la puerta, lo primero que va a ver es esto y…, ¡puta madre!, lo más
seguro es que va a llegar todo pedo e incoherente.
Sus risas se mezclaron con el ruido de una puerta que se cerraba y se perdieron una
noche calurosa de provincia.
Juan Camaney azotó la puerta de la camioneta, un bote de cerveza se le resbaló de las
manos y cayó al suelo. Juan ni cuenta se dio, llegaba tan borracho como todas las
noches; pasó de largo tambaleándose y hablándose a sí mismo. Era velador en las
oficinas de una compañía henequenera alemana que casi siempre se encontraba sola.
Por lo mismo, tenía bastante libertad para irse de juerga, pero esta noche iba a ser
distinta.
Abrió la puerta de un empujón, buscó en la pared el botón de la luz, la encendió y lo
primero que vio fue una figura hecha de huesos y caras de barro que lo miraban
fijamente; un miedo intenso lo invadió y con una reacción violenta voló los objetos de
una patada tambaleante.
“¡Chingada madre, me están embrujando!” , pensó en voz alta, “ ¡ha de ser la pinche
puta Josefina!, además yo sé que le gustan las chingaderas esas…”
A Juan se le cortó la borrachera, con una idea obsesiva en su mente se dirigió a la
recámara por su escuadra, “¡pinche vieja, vas a ver con quien te estás metiendo… y ni
creas que le tengo miedo a tu pinche hermano!…, ¡yo también soy tira!” . Juan cargó su
pistola y se guardó un peine más “ Por si hay pedo” , pensó.
La camioneta iba a velocidad regular, “Cuatro y media” —se dijo Juan observando su
reloj. A esta hora ha estar en la cama con algún cabrón..., “ ¡te voy a chingar culeando,
cabrona, para que te vayas en tu pinche oficio!” . Juan detuvo la camioneta en la calle
donde vivía Josefina, mirando hacia su ventana vio las luces prendidas.
“¡Ahí estás maldita bruja…, ora sí te va a llevar la chingada...” Con un movimiento
rápido, bajó de la camioneta y se dirigió a la puerta del edificio de departamentos.
Estaba tan obsesionado en su idea que no vio a tres hombres que fumaban dentro de un
carro aquella madrugada, escuchando la radio.
Juan llegó a la puerta de Josefina y la abrió a patadas. Sus rostros asombrados no
alcanzaron a decir palabra y el acompañante de ella vio como le vaciaba la carga de la
pistola. Juan salió tan rápido como había llegado, pero el acompañante gritó por la
ventana a los que estaban abajo: “ ¡Agarren a ese puto va saliendo!!!” Al llegar a la
puerta lo recibieron con una ráfaga, una vomitada de tres armas al mismo tiempo.
El hombre al fin bajó y mientras se arreglaba la ropa les dijo.
—Hablen a la jefatura, hay dos muertos, que venga el ministerio público.
—¿Qué pasó, cabrón, qué pedo? —preguntó uno.
—¡No sé pero casi me matan! —contestó, y llegó vuelto madre y le vació su fusca a
Josefina.
Eduardo y Antonio se levantaron temprano, esta vez iban a escarbar en las partes más
bajas del barranco.
| Autor: Rodrigo González Texto tomado del libro "Rockdrigo González" |
mercredi, avril 04, 2007
vendredi, mars 09, 2007
Hurbanistorias - Rockdrigo Gonzalez
Me acusaste de ratero
De adicto y de trisexual
De traficante y culero
De ojete trasnacional
De pinche rocanrrolero
También de aborto social
Dijiste que estaba enfermo
Y lleno de falsedad
Que con mis rolas yo mermo
A gente de toda edad
Y tus palabras brillaban
Brillaban de mezquindad
A ver cuando vas
A la casa a cagar
A ver si tus celos y envidias
Puedes desafanar
A ver cuando vas
A la casa a cagar
A ver si tus granos y roña
Puedes ahí vomitar
Me acusaste de egoísta
De retrazado mental
Que parecía comunista
Que olía como un animal
Y también de fetichista
De alcohólico y barbajan
Dijiste que estaba loco
Que no sabia que querer
Que mi cerebro era un moco
Que no hay nada que entender
Que chingando poco a poco
Muy gacha me la ibas a hacer
(aqui sigue el coro)
Y si acaso fuera cierto
Que te debe de importar
Si la envidia fuera tiña
No sabrías dónde rascar
Mas mugre tipo mezquino
Necesitas guacarear
Y aúnque la cinta no contenia esta invitadora melodia, encontre lo que buscaba y más en esta cinta, en las rasgaduras de las cuerdas, en las plácidas notas de su armonica, en la voz acabada de salir del ron y en las rotundas letras del buen Rockdrigo, del carnalito muerto por el pason de cemento, del jamas igualado: Rodrigo Eduardo González Guzmán.
1.- El Campeón
2.- Perro en el Periférico
3.- Balada del Asalariado
4.- Distante Instante
5.- Oh, yo no sé (por qué no me las prestas)
6.- Rock en Vivo
7.- Ratas
8.- Estación del Metro Balderas
9.- Vieja Ciudad de Hierro
10.- Canicas
11.- No Tengo Tiempo (de cambiar mi vida)
12.- Rock del Ete
vendredi, février 23, 2007
mercredi, février 14, 2007
Tepito por dentro
Tepito por dentro
Drogas, armas, corrupción, violencia, santería, miseria. Palabras que definen a Tepito, barrio viejo e infame que a duras penas sobrevive al nuevo siglo, víctima de sus excesos, preso de sus curas. Los proyectos gubernamentales para su rescate van y vienen y Tepito los sobrevive a todos; esta semana se anunció uno más que, como los otros, promete meter en orden a Tepito. Promesa conocida en el barrio. En Los bandidos de Río Frío, Manuel Payno dijo de los tepiteños: "Vivían, se enfermaban, sanaban, se morían como perros sin apelar a nada ni a nadie más que a ellos mismos". La descripción, un siglo después, sigue viva
ALBERTO Nájar
De puesto en puesto, la noticia se esparce por todo el barrio de Tepito.
"Zara llegó con don Robert", es el mensaje, y de inmediato decenas de diableros corren hasta el fondo de la cerrada Díaz de León, donde de una camioneta se descargan cientos de blusas, sacos, vestidos, faldas y pantalones.
Todos con la envoltura original. Todos de la marca Zara.
Es miércoles al mediodía y los pocos compradores que chacharean en la zona parecen no percatarse de la maniobra, pues el acceso a la cerrada fue bloqueado desde la esquina con González Ortega.
Un par de tepiteños se acercan para tratar de adquirir, de primera mano, alguna de las prendas que los diableros sacan a toda prisa. Pero no hubo suerte.
La ropa que trajo don Roberto Hurtado, como se conoce a la mercancía robada que llega a Tepito, ya tiene dueño y los diableros corren para llevarla. Es, como dicen en Tepito, una entrega.
La operación dura menos de 20 minutos. Ese miércoles se supo que don Robert realizó otras 15 visitas al barrio.
El viernes siguiente la ropa de Zara aparece en los puestos de la cerrada de Matamoros, Toltecas y el callejón de Tenochtitlan.
A mitad de precio.
Tierra de nadie para el gobierno capitalino. Sede alterna del cártel de Tijuana, según la Procuraduría General de la República (PGR). Enemigo número uno de disqueras y fabricantes de ropa con marca prestigiada. Centro de culto a la Santa Muerte, a la que veneran delincuentes como Daniel Arizmendi, El Mochaorejas.
Diariamente, según informes de la delegación Cuauhtémoc, en las 57 manzanas que constituyen el barrio se generan millones de dólares en actividades lícitas e ilícitas que, paradójicamente, no parecen repartirse entre los tepiteños.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), los habitantes del barrio son de los más pobres de la capital, con ingresos de entre uno y tres salarios mínimos.
Así, marginados y millonarios conviven en el mismo espacio, de la misma forma que comparten calles 40 bandas de crimen organizado y 64 organizaciones de comerciantes, con cuatro grupos culturales y cinco sitios históricos, el más importante de ellos el lugar en que se capturó, el 13 de agosto de 1521, al último tlatoani azteca, Cuauhtemotzin. En ese lugar existe ahora la iglesia de la Concepción Tequipehucan, que en náhuatl significa "lugar donde empezó la esclavitud".
En el barrio nacieron los Batallones Rojos, que junto con Venustiano Carranza declararon la primera huelga general del siglo XX, en contra del usurpador Victoriano Huerta. En una vecindad tepiteña -a Casa Blanca, en Peluqueros y avenida del Trabajo- Oscar Lewis escribió Los hijos de Sánchez, novela que el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines decomisó porque "insultaba" al pueblo de México.
También en Tepito nacieron figuras deportivas como Arsacio El Kid Vanegas Arroyo, un luchador que, presumen sus vecinos, compartió la técnica del costalazo con Fidel Castro y Ernesto El Che Guevara, a quienes conoció en el café La Habana en la década de los cincuenta.
"Se iban a los cerros a practicar lucha cuerpo a cuerpo -cuenta Rafael López, editor de La Hija de la Palanca, una revista tepiteña de literatura-. Les enseñó cómo caer bien, a rodar, a tumbar al contrincante. Yo creo que las clases sí les sirvieron".
Mucha actividad para un barrio que oficialmente no existe, pues el espacio al que se le llama Tepito forma parte de la colonia Ampliación Morelos.
Es, pues, zona de contrastes: los domingos en el Eje 1 Norte (Rayón), entre Allende y República de Brasil, se instala un tianguis de libros viejos cuyo volumen es similar al de los establecimientos de Donceles.
Basta cruzar el eje para comprar, en un puesto de insignias militares de Jesús Carranza, a 50 metros de Matamoros, instructivos viejos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) sobre manejo de bombas y explosivos.
Pero Tepito es también un cuerpo enfermo, agónico por las huellas que dejan la venta de armas y drogas y el excesivo ambulantaje.
"Los chamacos ya no quieren estudiar, prefieren atender puestos o vender coca -lamenta Rafael López-. Luego ves chavos de 11 y 12 años que andan asaltando".
La deserción escolar es un problema serio en el barrio, a tal punto que, el ciclo pasado, en la primaria Lorenza Rosales se canceló el turno vespertino. En otros planteles la asistencia fue escasa... y peligrosa.
El párroco de La Concepción Tequipehucan, Héctor Tello, cuenta que hace unos meses un estudiante de la secundaria que se ubica en Gorostiza y Tenochtitlan fue expulsado por mal comportamiento.
"Mandaron llamar al papá, que resultó ser uno de los narcotraficantes de por aquí. Cuando le dan la queja le dice al maestro: 'me lo pasas porque me lo pasas, a ver cómo le haces pero tiene que sacar su certificado'".
-¿Así, por las buenas?
-No, le dijo que le iba a dar un dinero. El maestro muy digno dijo que no, pero entonces el papá le advirtió: "mira, de todos modos te va a ir mal, así que mejor agárralo".
Hace unas semanas, el adolescente recibió su certificado.
El incidente es un síntoma de la agonía tepiteña. Y, paradójicamente, lo es también de su cura.
"Todos los días vienen un promedio de 10 jóvenes a jurar que no probarán drogas -cuenta el sacerdote-. Es un medio muy violento, pero dentro de todo, el 60% de las personas son nobles; es el otro 40% el que no los deja progresar. Los tiene de rehenes".
¤Lo negro del negro Tepito
En realidad, cuenta Alfonso Hernández, director del Centro de Estudios Tepiteños (CET), la sepsis de Tepito empezó a generalizarse desde hace dos décadas, cuando se construyeron los ejes viales.
El proyecto, impuesto como todas las decisiones del gobierno relacionadas con la zona, "rompió el esquema de solidaridad barrial que siempre habíamos tenido", pues además de que se echaron abajo cientos de viviendas se desató una fuerte especulación con los terrenos frente a las nuevas avenidas.
Fue en esa década, los años setenta, cuando la fayuca llegó a Tepito, de la mano de policías y funcionarios. "Había crisis en los talleres, ya casi nadie compraba lo que hacíamos -recuerda un viejo tepiteño-. Y la verdad, con la fayuca empezamos a ganar más dinero que nunca".
La combinación fue explosiva: una comunidad acostumbrada a regirse con sus propias reglas, históricamente marginada y con una pobreza endémica se encontró de pronto con, literalmente, ríos de dinero.
"No sabíamos qué hacer con tanto -recuerda Raquel Olivares, hoy lideresa de ambulantes-. Se malgastó en muchas cosas; a los chamacos les compraban lo que querían, coches, motos, pistolas para defender el puesto. Porque eso sí, todos se salieron de la escuela y se metieron al negocio".
Pero tras la fayuca llegó también la corrupción. "Había que darles a todos, desde el granadero más triste hasta los jefazos de la Judicial -cuenta un vendedor de televisores en Eje 1 Norte-. El más cabrón era (Arturo) El Negro Durazo, siempre mandaba a los de la DIPD (Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia) por la cuota. Y ni modo de no darles, les gustaba madrear gente".
Empero, los agentes de la DIPD llegaban también por otras razones. "Tenían dos bandas de asaltabancos trabajando desde Tepito", contaba Raymundo Añorve, El Papel, ex asaltante, secuestrador y robabancos.
Semanas antes de su muerte por VIH recordaba la historia de su padre, que empezó como fayuquero y a quien la DIPD obligó a formar un grupo de asaltabancos.
"Lo agarraron una vez y le pidieron mucha feria; como no le alcanzó le dijeron: 'junta a tus cuates y asalta un banco, nosotros te lo ponemos'. Cuando mi jefe se quiso salir le pusieron una supermadriza y hasta nos mandaron las fotos".
Tepito, entonces, cambió de piel. Y la segunda muda ocurrió tras el sismo de 1985, cuando desaparecieron la mayor parte de las vecindades que, hasta ese momento, eran el último refugio de las familias tradicionales.
"Antes los vecinos cuidaban a los hijos de todos porque estaban a la vista en los patios, pero con los condominios de ahora ya nadie se preocupa por los demás -explica Alfonso Hernández-. Se aceleró la desintegración familiar, y como ya no había talleres, lo único que nos quedó fue el tianguis".
Pero a Tepito le faltaba vivir lo peor, que llegó justo con el aire modernizador del gobierno salinista.
Y es que cuando los productos que en el barrio se compraban a escondidas -y con el riesgo de que se perdieran en un asalto allí mismo- se ofrecieron en todas las tiendas del país, las ganancias de los tepiteños se vinieron abajo.
Para algunos el golpe fue incluso mayor al que les propinó el sismo. "Ya estábamos acostumbrados a gastar y gastar -confiesa un ex fayuquero que ahora vende pantalones pirata-. Por eso, cuando llegó la droga, muchos se metieron al negocio".
No fue difícil: igual que una década antes, la cocaína llegó al barrio con la protección de policías y funcionarios. "Los mismos que nos traían la fayuca entregaban la cocaína", cuenta un chacharero de la calle Matamoros.
A la droga siguieron las armas, y entonces el círculo se cerró. Tepito se convirtió en un barrio inexpugnable, terreno fértil para todo tipo de negocios ilícitos.
Los discos pirata empezaron a reproducirse masivamente en Matamoros, Caridad y Fray Bartolomé de las Casas, en parte porque es una actividad muy productiva pero, sobre todo, porque hacerlo en el barrio representa una garantía de que nadie se meta en el negocio.
Igual sucedió con la pornografía, la ropa de marca pirata, las bebidas adulteradas, los perfumes falsificados, la mercancía robada...
Tepito evolucionó del islote de 1337, cuando se fundó, a una especie de Isla Caimán para la delincuencia, donde todo lo prohibido se podía vender... Y comprar.
Hoy, según datos de la PGJDF, en el barrio existen 40 bandas dedicadas al secuestro exprés, el robo de vehículos, el asalto a transportistas, la falsificación de documentos oficiales, la piratería de discos y ropa y la clonación de tarjetas de crédito o de líneas celulares.
Hasta sicarios se puede contratar.
Todo tiene precio. La semana pasada una pistola calibre 9 milímetros se cotizaba en 15 mil pesos, un rifle de asalto AK-47 costaba 30 mil y una Pietro Beretta, el arma de cargo de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), se vendía en 12 mil pesos.
El contacto se realiza en Tenochtitlan 25 y 55, en Toltecas y Matamoros o en el puesto de Jesús Carranza y Matamoros. Las armas, adquiridas por catálogo y con un anticipo de 50%, se prueban en las unidades habitacionales conocidas como Los Palomares y La Fortaleza, en Toltecas, aunque a veces la prueba se realiza en la colonia Valle Gómez, donde se cierra el trato.
Una tarjeta clonada de Bancomer con duración de un día (el tiempo promedio que tarda el banco en detectarla) cuesta 500 pesos, mientras que una American Express con posibilidades de utilizarse durante tres días se cotiza en 2 mil 500 pesos.
Los plásticos se entregan nuevecitos, incluso en algunos hasta se imprime la foto del comprador. El negocio -que según datos de la PGJDF era administrado por Johnny Laguet, El Johnny- opera en el callejón de Tenochtitlan, desde un puesto donde aparentemente se reparan aparatos de control remoto, y en Aztecas con la fachada de un expendio de teléfonos celulares.
Los huevos de tortuga cuestan cinco pesos la unidad. Videos de pornografía infantil grabados en Acapulco o el Distrito Federal valen 60 pesos, al igual que los casetes filmados en hoteles de Tlalpan, La Merced o Garibadi, con o sin el consentimiento de los actores...
Pero el negocio fuerte es, todavía, la venta de droga. "Si controlas eso tienes todo -afirmaba El Papel-. Esto es como en Colombia, donde desde Cali se controlaba todo; igual Tepito, con la droga maneja la Guerrero, la Romero Rubio, Polanco".
"Pero sobre todo a los cabrones, porque si necesitas que maten a alguien agarras un güey que ande erizo y le dices: '¿Sabes qué?, si te echas a aquél te doy tanta coca'. Me cae que sí lo hacen. Es más, ya no se maneja dinero, los capos no hablan de billetes sino de gramos o kilos. Hasta las quesadillas las pagan con eso".
¤No hay chivas
Jueves por la mañana.
"Allí -contaba El Papel- te encuentras chavas que se prostituyen por 20 pesos, lo que cuesta un punto de coca. Son chavas bonitas que no encuentras ni en los mejores cabaretes, pero que hacen cualquier cosa para drogarse".
Raymundo señala con discreción a la vecindad de Jesús Carranza número 6. La luz del día y la intensa actividad comercial son el mejor refugio para vigilar el predio al que entran y salen decenas de jóvenes y adolescentes, algunos de ellos armados.
Según la PGJDF, en esa vecindad se almacena la mayor parte de la cocaína que ingresa al barrio. De allí se surten, por ejemplo, los vendedores al menudeo de Gorostiza, Peralvillo, Peñón y hasta del callejón de la Amargura, en Garibaldi.
Es una red añeja que empezó a tejerse antes de la guerra de 1997, cuando las pandillas de Los Arias y de Jorge Ortiz Reyes, El Tanque, se disputaron a balazos el territorio.
"Empiezas de 18 (vigilante) y después te ponen unas onzas. Si las vendes te dan otras y luego te llegan a dar hasta un kilo a crédito ?explicaba El Papel?. Te dicen llévatelo, no hay pedo, cuando lo vendas me lo pagas; así es como empezaron varios que ahora son grandes en el barrio".
Al principio la droga llegó a través de agentes de la Policía Judicial Federal (PJF), quienes prácticamente controlaban el negocio. Pero cuando las bandas crecieron, los policías se convirtieron en empleados de los capos.
Hoy, después de que la PGR desintegró la célula tepiteña de los hermanos Arellano Félix, la cocaína de los federales volvió por sus fueros. Y es que el mercado de la droga no conoce de aprehensiones.
El Papel decía que a la semana se vendían 100 kilos. Otros, la semana pasada, juraron que los embarques eran mayores: "cien son mamadas".
Cierto o no, el negocio sigue boyante, con transacciones diarias que implican cientos de miles de pesos.
El 3 de julio en la esquina de Tenochtitlan y Rivero fue detenido un adolescente de 15 años que llevaba 150 mil pesos a la vecindad de Jesús Carranza.
Cuando los judiciales que lo arrestaron supieron para dónde iba el dinero lo dejaron libre. "Nomás le quitaron 10 mil pesos", cuenta un chacharero que presenció los hechos.
Se trata, pues, de una estructura en la que no caben extraños. Por eso, intentar meterse a la vecindad es imposible. "Ya te conocen, te han visto varias veces rondando por aquí -explicó El Papel-. Casi casi saben quién eres".
Y sí. Porque en Tepito, a pesar de que algunos fines de semana acuden hasta 200 mil compradores, los delincuentes siempre se enteran cuándo llegan policías o periodistas, por una razón simple: la zona está plagada de 18.
En calles como Florida, Aztecas o Tenochtitlan abundan los niños y adolescentes que aparentan jugar con walkie talkies, pero en realidad lo que hacen es reportar a las personas que formulan preguntas sospechosas o que se acercan demasiado a los predios donde se vende droga.
Estos 18 -a quienes se pagan sus labores con unos puntos de cocaína- no son los únicos vigías. A la puerta de cada vecindad siempre hay jóvenes armados que custodian la entrada, e incluso en calles como Tenochtitlan y su callejón, Matamoros, Toltecas, Francisco Díaz de León, Manuel Doblado y González Ortega la vigilancia se realiza, además, desde las azoteas.
Armando Palomo, ex subdelegado territorial en la zona de Guerrero y Tepito, cuenta que en una ocasión se le ocurrió ordenar el retiro de puestos instalados sin permiso en Tenochtitlan.
"Con los inspectores iban unos cuantos policías para cuidarlos, pero en cuanto llegaron a esa calle les empezaron a llover balazos desde las azoteas. Salieron corriendo, espantados. Luego supe que algunos narquillos se pusieron nerviosos cuando llegaron los policías, porque pensaron que el operativo era contra ellos".
Pero quizá la mejor protección que reciben los delincuentes es el comercio ambulante, que ha cerrado con puestos metálicos la mayor parte de las calles del barrio... Y el miedo de los tepiteños. En el barrio, es secreto a voces, el que es chiva (delator) se muere.
En noviembre del año pasado, por ejemplo, un joven fue asesinado en la unidad habitacional conocida como Los Palomares, en la calle Toltecas.
El cadáver permaneció dos días tirado porque nadie quiso dar parte a la policía, "y cuando se animaron -recuerda un vecino-, la banda no quería dejar entrar al (agente del) Ministerio Público. Nos tuvimos que fajar con ellos, porque el muerto ya empezaba a apestar".
¤La herencia
Hay momentos en que, al avanzar, no se toca el suelo.
Apiñados en el pequeño espacio que dejan libres los puestos de Aztecas, cientos de personas empujan, se detienen, se resignan a que la multitud decida el camino. Al menos durante los próximo 20 metros.
De un lado y otro cuelgan pantalones Guess o Hillfinger de a 100 pesos; camisas Versace de 150, tenis Reebok o Nike de 300...
La multitud, de pronto, se hace a un lado para dejar pasar un expendio rodante de hamburguesas y papas fritas. No hay problema: el comal con el aceite hirviente y un tanque de gas de 10 kilos que lo alimenta son razón suficiente para evitar las quejas.
Detrás viene un carro de supermercado con refrescos y cervezas, y metros más adelante aparece otro con tequila, brandy, ron y hasta piña colada. Un bar ambulante made in Tepis.
Y así cada fin de semana, los días de mayor venta del barrio. Según la delegación Cuauhtémoc, en Tepito trabajan 12 mil 500 comerciantes, agrupados en 64 organizaciones, pero líderes de ambulantes y ex funcionarios afirman que, en realidad, podrían ser hasta 20 mil los vendedores.
En promedio cada uno paga 100 pesos diarios como cuota a las organizaciones (la tarifa más alta es de 500), lo que significa que en estas cooperaciones se generan 2 millones de pesos por jornada.
El destino de tanto dinero es incierto. Según Dolores Padierna, jefa delegacional en Cuauhtémoc, tan sólo por derecho de piso las organizaciones de comerciantes adeudan 176 millones de pesos a la delegación. Pero hay más.
"No pagan agua, ni luz, ni el servicio de limpia o la vigilancia ?se queja?. El dinero se lo quedan, ni siquiera lo usan para mejorar el barrio".
Y deveras que lo necesita.
Un diagnóstico de la delegación revela que 25% de las vecindades sólo tienen un baño para todos los inquilinos, e incluso se detectaron viviendas donde se hacinan hasta seis familias enteras. En contraste, en calles como Aztecas, Florida y Tenochtitlan existen predios habitados por una sola persona, encargada de cuidar los departamentos habilitados como bodegas.
Lo peor es que incluso algunos grupos, como la Asociación de Comerciantes Establecidos del Barrio de Tepito, que preside Miguel Galán Ayala, privatizaron las instalaciones deportivas del barrio.
"Son el Kid Azteca y el Maracaná -explica Padierna-. El gobierno los construyó pero los manejan ellos, le cobran cuotas a la gente y hasta los rentan para fiestas. Y el mantenimiento lo paga la delegación".
La organización de Galán es la más grande de Tepito, con 900 afiliados que se ubican en las calles comercialmente más importantes: Eje 1 Norte, Aztecas y Florida. El traspaso de un local en estas calles se cotiza en 2 millones de pesos.
Y no es el único negocio de Galán. Datos de la PGJDF indican que el dirigente es uno de los principales distribuidores de discos pirata, e incluso cuenta con dos bodegas para su elaboración, una en Iztapalapa y otra en la carretera a Cuernavaca.
Para vigilar sus locales Miguel Galán se apoya en 20 golpeadores que, cuentan en el barrio, son expertos en artes marciales. Y cuando los guardias no son suficientes, el líder contrata a la banda de Los Morelianos, de la colonia Morelos.
Este grupo es el responsable de los disturbios a fines del año pasado, tras dos operativos para decomisar mercancía robada.
Según la jefa delegacional (y algunos otros como el párroco Héctor Tello), estos hechos "fueron un circo, un teatro para causar hiperviolencia y culpar de ello a la delegación".
A tal grado llega el poder de Miguel Galán que incluso tenía a su servicio dos patrullas, una de la SSP y otra de la Policía Judicial capitalina.
"Imagínate lo que hacían con esas unidades -advierte Padierna-. Cuando llegué le pedí que las devolviera pero se niega a hacerlo, al contrario, las quiere comprar, con torreta, placas y todo".
No es esta la única oferta que ha recibido. Al principio de su gestión, cuenta Padierna, Galán y otros líderes como El Johnny, María Elena Luna, Lorenzo Villalpando y Marisa Suárez le pidieron que les vendiera el barrio.
?¿Tepito entero?
?Sí, preguntaron cuánto quería por no meterme al barrio, que la delegación no hiciera nada y ellos siguieran con el control. Pero no acepté, conmigo no han podido y por eso me atacan.
Detrás de esta impuidad está el PRI.
"Tepito es una bomba de tiempo, una tierra de nadie con una gobernabilidad corrupta -sentencia-. Se mueven millones de dólares al día pero hay mucha pobreza en la gente, y cada día se agudiza más porque las mafias se apoderan de los puestos y compran las casas para usarlas como bodegas o vender droga".
Así, las opciones son pocas. "Los que han encontrado la manera de salir se han ido, pero los que no tienen de otra están condenados a quedarse y trabajar para las mafias".
Por lo pronto, la semana pasada la delegación puso en marcha un programa de 17 millones de pesos para rehabilitar el barrio que considera, entre otras actividades, reparar luminarias, reconstruir banquetas y, lo más importante, retirar comerciantes ambulantes de calles como Caridad, Toltecas, Jesús Carranza, Matamoros, Fray Bartolomé y Peralvillo.
En estas calles los puestos se cotizan, en promedio, en 200 mil pesos cada uno, y se calcula que serán al menos 450 los que serán removidos.
Es decir, a líderes del comercio como Miguel Galán, José Cornejo Campos, Alfonso Gaona Pichardo, Miguel Campuzano Flores, Elvira Razo de Miranda, Martha Valdovinos, Ernesto Hernández, Jesús Blas, Felipa Dávalos de González, María Alma Castro, Leopoldo Yllescas López, Aarón Núñez Ibarra, Mario Blanco Jacundi, Leobardo Beltrán Castillo y Florencio Villalpando Portillo -los que controlan esas calles- la operación les costará 90 millones de pesos.
¿Estarán de acuerdo con el proyecto?
¤Palabras mayores
Al padre Héctor Tello le gusta presumir que, domingo a domingo, en cada una de las siete misas que oficia siempre acuden entre 10 y 14 adolescentes.
Es un triunfo, dice, por la degradación social que existe en el barrio. Y lo es más por las condiciones en que se da esta afluencia.
"Hay mucha presión de los traficantes de droga, porque no quieren perder clientes -dice-. Cualquier cosa que los distraiga, que les enseñe que hay otras opciones, lo ven como un riesgo a su negocio, les mueve el piso".
?¿Lo han amenazado?
?A mí no, pero a los muchachos los presionan mucho para que no vengan. Cuando uno empieza a interesarse por ellos le hacen como al padre Lascuráin (párroco de San Francisco, también de Tepito), que lo secuestraron por alentar a los muchachos a dejar la droga.
Ciertamente, la presión no es sólo para la Iglesia.
Rafael López, de La Hija de la Palanca, reconoce que cada vez es más difícil promover actividades culturales en el barrio, en parte por la apatía de las autoridades, pero sobre todo porque los tepiteños de ahora tienen otros intereses.
"Tanto comercio le está dando en la madre a Tepito -lamenta-. El billete es el billete y por ganarlo los chavos descuidan la lectura, no les interesa el box o cualquier otra cosa".
Fue por eso que el grupo Plástica Humana abandonó el barrio. Es por eso que el taller de artes y oficios que propuso Luis Arévalo -reconocido incluso por la Unicef, por su trabajo con niños- para rescatar de la droga a los tepiteños está en veremos.
Y es esta la razón por la que las ligas de futbol están en vías de extinción, o que los deportivos de la zona se utilicen ahora para traficar drogas, cruzar apuestas o como guarida de asaltantes.
Pese a todo, Rafael López no pierde la esperanza. "En 1998 hicimos un concurso de cuento en las escuelas de primaria y secundaria y recibimos un chingo de trabajos. Eso demuestra que no todos los chavos están perdidos, y que nomás hace falta un empujoncito para alivianarlos".
Sigue. "Está demostrado que cuando de joven te meten a escribir, pintar o hacer deporte está más cabrón que caigas en el vicio. Mírame, soy un ejemplo".
Si bien difícil, la batalla de los movimientos culturales del barrio por sobrevivir se antoja sencilla en comparación con el adversario que enfrenta el padre Tello.
Y es que en Tepito cada vez son más las personas que rinden culto a la Santa Muerte, una imagen popular entre los delincuentes porque concede favores que la Iglesia católica condena.
"Es el santo de todos los narcos de por aquí -cuenta un vendedor de pantalones de la calle Aztecas-. En todo el barrio hay altares de la imagen".
Nadie sabe cómo llegó el culto al barrio. Algunos afirman que va de la mano con la venta y adicción a la cocaína.
La Santa Muerte forma parte de los ritos santeros, pero los tepiteños le rinden culto de una forma peculiar: junto a las veladoras de rigor colocan una piedra de cocaína (pesa una onza), una jeringa con heroína, un vaso de licor y unas monedas. Cada una de estas ofrendas es lo que se pide sea protegido.
Hasta ahora, el padre Tello dice que el culto no se ha extendido, pero de todos modos se preocupa.
Tal vez por eso la asistencia a sus misas lo enorgullece.
"Es una tarea difícil -concluye-. Es una lucha del bien contra el mal".¤
Territorio de ñeros y valedores, zona prohibida a chivas y azules con o sin uniforme, Tepito cobra cara la ingenuidad de los marchantes que lo mantienen con vida.
Desde los relojes Citizen Titannium que se ofertan a 100 pesos "porque vienen de una transa", según garantizan sus escurridizos vendedores, hasta las aspirinas o la sal de uvas con bicarbonato que se venden como coca o tachas "bien efectivas". Cualquier día es bueno para perderse en Tepito: el sábado y el domingo, cuando toneladas y toneladas de mercancía ocultan cualquier forma de orientación geográfica para salir del barrio, o un miércoles cualquiera en que se pretenda visitar el territorio de los garreros, con prendas usadas de a un peso la unidad con la garantía de que, apenas salir de Tenochtitlan, el asalto es seguro.
Y es que Tepito, dicen los mapas oficiales, no existe, porque es un apéndice de la Morelos. Como tampoco hay, a simple vista, la multitud de delitos que se cometen sobre la banqueta, apenas al cruzar el zaguán de las vecindades.
Esta es, pues, una guía de lo que apenas se esconde, un mapa de las ofertas que dan fama al barrio. Un prontuario para sobrevivir al ghetto.
jeudi, octobre 05, 2006
Vidas de Perros
Una manera decente de comenzar el año sería tomando conciencia de los derechos civiles del perro. ¡Cuán horrible sería el destino de la especie humana si un día se decretara una ley huera que le otorgase al director de un centro antirrábico acabar con todos los perros que se cruzaran en su camino! Hay gente llena de odio que cuando pasa cerca de un perro, aun cuando se trate de uno de esos perros honestos, experimenta el extraño prejuicio de que el can se lanzar a morderla, y antes de que el pobre animal se acerque a limosnearle un hueso, ya le est n lanzando una pedrada. Tal vez por eso hay en el mundo tantos perros que se amotinan en pandillas y vagan biliosos y desconfiados.
Los brujos dicen que todo perro se parece a su dueño; entonces, el perro de un hombre ruin, frustrado y díscolo, también tiene modales despreciables: por cualquier cosa ladra o hace pedazos una pantufla. O perros tremendamente inteligentes, a los que para parecerse a sus amos solamente les falta aprender computación. Pero los hay también perros capitalistas o "archirrefinados", cuya cultura espiritual y conciencia de clase no les permite inmutarse, en lo absoluto, por las adversidades en las que sobrevive el perro sin hogar.
El refrán dice que no hay mejor amigo de un hombre que un perro, y tal vez sea cierto. En España yo conocí a un perrito gallego de ojos legañosos y sucios bigotes que bien pudo haber tenido gran porvenir en un circo, pero nunca salió de Paraños, su aldea, y ni siquiera conoció la televisión. Este perro vivía con su amo, un gallego borracho y desquiciado que le profesaba una amistad equivocada: le ofrecía al animal aguardiente o le acercaba al hocico un vaso de vino Ribeiro; y ya cuando estaban ambos borrachos, juntos cantaban canciones rancheras mexicanas o bailaban muñeiras gallegas. El hombre decía que son los perros los únicos que pueden ver de frente a la Santa Compaña.
¡Te amo, Perro Aguayo!
En nuestro país el nombre más común para un perro es el de Firulais, pero a la gente de nuestro México le gusta, también, ponerle a los perros nombres festivos. Entonces, el perro tiene que aguantarse el coraje de gastarse la vida llamándose cínicamente Sincalzones o Solovino. Los nombres en inglés también tienen éxito entre algunos perros paisanos; mis primos los Villanueva, en su infancia, tuvieron un perro policía al que llamaban Jimmy, pero resulta que Jimmy también se llamaba un vecino gringo que en la esquina vivía. Cuando el gringo se dio cuenta de que los Villanueva habían bautizado al perro con el mismo nombre con que él firmaba sus cheques bancarios, ardió tanto en cólera que, para vengarse, adoptó a varios perros callejeros a los que llamó con los nombres de los Villanueva: Ramón, Conrado y Micaela. Con el tiempo, el gringo se acostumbró tanto a los animales que les agarró mucho cariño; pero a la gringa de su mujer se le dispararon los celos y empezó a pelearse con el marido. A causa de las interminables disputas sobre los perros acabaron divorciándose.
Mi perra se llama Matilde y anda siempre muy limpia y em-perejilada; mi madre dice que Matilde es hija suya, pero mi padre alega que Matilde no es hija de ‚l; entonces Matilde viene a ser, como quien dice, mi media hermana. Mati nació en el '85 y se quedó soltera por culpa de mi madre, quien no la dejó casar. Matilde se enamoró de un perro calavera y muy mundano, quien de ella se hallaba también positivamente enamorado: el novio de Matilde se paraba horas enteras frente a la puerta de la casa, y a veces, junto con otros perros, llegaba a darle serenatas sen-timentales. Ante tantos obstáculos y complicaciones que le puso y que le ocasionó la familia, el perro callejero, con el tiempo, se fastidió y abandonó su pasión por Matilde; posteriormente, se supo que terminó su vida sentimental con una perrita sucia, escandalosa y fea; ambos deben estar ahora casados y hasta deben tener ya nietos. Con el tiempo, a Matilde le salió otro pretendiente: un perrito gallardo, guapo y pelirrubio que a Matilde le hacía ojitos; ambos nacieron chilangos, aunque a él, por un tiempo, se lo llevaron a vivir a Nueva York. El perro aquel estaba muy viajado y era tan de buena familia que tomaba una actitud muy parecida a la jactancia, y eso era, exactamente, lo que Matilde le repugnaba. Entonces fue cuando se dio cuenta de que su pasión por el callejero no hacía posible que ella pudiese aceptar otros romances, que su amor era de una sola pieza y de un solo perro, definitivo y para la eternidad. Mi mamá , aquel remordimiento de conciencia lo arregló diciendo "¿cómo se atreve esta perra tonta a hacerle caso a ese animal, cuando ni siquiera sabe cuál es su tipo de vida?"
Si se pasea por Reforma, o se camina en la periferia de la Colonia Roma, nunca falta el perro indigente que aparece, con cara asustada y los ojos bien abiertos, procurando adivinar el humor con que amaneció el conductor de un Ruta 100 que lo puede dejar planchado en el pavimento, o semblanteando el estado de ánimo con el que despertó el oficinista burócrata, quien para vengar sus frustraciones y mala paga, y olvidando las reglas más elementales de cortesía, le lanza una patada al primer perro vagabundo que se cruza por su camino. Son muchas las monstruosidades que se cometen en contra del perro sin familia. Desposeídos y sin fe desde tiempos anteriores al porfiriato, algunos canes dejan ver su miseria y reclaman a la Revolución les haga justicia. Este año que comienza me anima un sueño optimista: construirle al perro sin hogar un concepto más sano de vida.
Comunicado desde una privilegiada celda de un penal de alta seguridad mexicana.
Yo pertenezco a la cúpula de narcotraficantes que trabajamos en este país gracias a las facilidades que nos otorga el gobierno a cambio de pagar las campañas políticas para los candidatos del partido en el poder.
La clase a la que pertenezco es indiscutiblemente el motor de la vida económica del país, nada seria posible sin la labor ardua y tesonera de nosotros que ora en los campos de sembradío altamente tecnificado o en las antesalas de las secretarías de estado, en el cabildeo o en las estrategias de cultivo, distribución, tránsito y entrega de nuestros productos. De paso aconsejamos a los secretarios de estado que no tienen la personalidad necesaria para dar siquiera la apariencia de medianamente cultivados. Ahí tiene usted al pendejísimo de educación.
Es cosa perfectamente probada y ya aparecido hasta en las columnas de The Washington Post, que si nosotros los narcotraficantes mexicanos, hacemos una huelga, la tan cacareada solidez del peso mexicano se la lleva la chingada en 24 horas.
Yo empecé desde muy chico, atravieso nadie me ganaba, y era un morro de 11 años que me había fijado metas, no quería ser mediocre ni conformista y me lance a buscar chamba pero nadie me daba trabajo porque no tenia experiencia y solo había estudiado hasta el primer bimestre del primer año de primaria.
Con estos conocimientos estuve a punto de lanzarme de político pero me acorde que yo si tengo madre. Tocaba puertas pero se me cerraban y ahí empezaron las noches en vela pero me acorde que para trabajar se necesitan ganas y me lance a ver a los capos que me dijeron que en este país existen 2 grupos de personas, los que se dejan chingar y los que chingan, yo quise pertenecer al 2do grupo donde todos quieren estar pero muy pocas personas tenemos cualidades para ello, yo estoy seguro que los Hermanos Bribiezca pertenecen al 2do grupo porque a ellos les gusta chingar, por eso que chinguen a su madre!
También me dijeron los capos que para vender mariguana hay que tener mucho producto de gallina y yo me acorde que los tengo de avestruz, me dieron unas claves, una camioneta de la SEMARNAP y así me gane mis dolaritos, me compre un lotecito, no para poner mi casita sino para sembrarlo de motita, a los 6 meses ya tenia mi primer cerro sembrado y al año todo mi Estado sembrado de mariguana.
Orgulloso me sentía de ver aquellas plantas de espeso follaje mecidas por el suave viento.. Que grande y noble es la agricultura….
Ahora soy un señor que he comprado conciencias, autoridades, jueces, ministerios públicos, judiciales, madrinas, políticos, periodistas y a todos los ojetes locutores de la televisión, a esos les pago con producto, me siento un Camel Nacif cualquiera.
Soy el arquitecto de mi propio destino, dinero me sobra y viciosos norteamericanos no me faltan, estoy en esta cárcel que para mi son oficinas paraestatales que nos puso el gobierno que estamos operando sin números rojos, los mejores captadores de divisas, ya que desde aquí manejamos la droga a nivel nacional e internacional.
Mis colegas y yo estamos a gusto y los túneles que han encontrado en algunos reclusorios es porque el gobierno federal nos piensa poner el metro para que podamos desplazarnos. Y Felipe Calderón Hinojote nos prometió en su campaña, elevar los reclusorios al rango de Secretarias de Estado. Parece que ha comprendido que sin nuestros esfuerzos su bonanza economica, se va al carajo.
El narcotráfico es un negocio que nos quito el gobierno y ahora lo manejan ellos, ustedes creen? Si el gobierno se apropio del oro y del petróleo, apoco van a dejar la droga que deja mas dinero que todas las paraestatales juntas, así como así? Como se imagina usted que pudieron hacer el megatrinquetazo de las elecciones, con dinero de los pinches impuestos de un pueblo raquitico, ni madre, las costosisimas campañas electorales tienen un origen ecologico, agrícola, nuestra mariguana. Es mas hasta el ejercito mandan a cuidar los plantíos de mariguana y amapola, ahí los ven en la televisión que dizque cortando la yerba, ni madre! Nada mas la andan podando porque cortan lo de encimita pero la raíz ahí la dejan y lo que cortan lo mandan de exportación a los Estados Unidos, que también están metidos en este negocio y lo único que exigen es control de calidad que incluye desde luego un cultivo adecuado conforme a reglas sanitarias muy estrictas como es regar los almácigos con agua electropura para que no tenga la ameba estolitica y les vaya a causar algun problema diarreico a pinches gringos. Por que lo que sea de cada quien alla si cuidan la salud de sus ciudadanos….!
Cada vez que se juntan los gobiernos de Estados Unidos y México para hablar sobre el problema del narcotráfico, es para ponerse de acuerdo con el nuevo precio que va a entrar en vigor y ajustar las cuotas de paso.
Mis colegas y yo pensamos organizar un nuevo PRI, que será el Partido de Reclusos Independientes, estamos seguros que seremos más decentes que la bola de pederastras que están en el otro partido. A ver si Cuauhtémoc Cárdenas con su cara de burro cansado, no se vaya querer unir a nosotros, ya que anda viendo donde se coloca, aunque este no es rata, es un conejo que se conformo con la zanahoria de las festividades del bicentenario que le dieron como migaja los panistas. Atendiendo a un llamado de mi conciencia, me costaba trabajo pensar que el pendejo se hubiera convertido en lamebotas de Calderon, un buen dia, la semana pasada me dije: voy a tratar de demostrar que Cuahuthemoc no es traidor. Puta, no pude, fracasé.
Tenemos un proyecto de Nación que va a poner las piedras angulares de nuevas estructuras sociales para beneficio de las próximas generaciones que dependen de nosotros, un proyecto alternativo de Nación que cumplirá con el problema de la vivienda, basándonos en el axioma político, “Si la tierra es de quien la trabaja, la casa es de quien la habita” y chingue su madre al que se salga.
Andres Manuel la geteo al no aceptar nuestras condiciones y proyectos a futuro, por eso tuvimos que recurrir a otras alternativas.
En el panorama politico de nuestra nación no se contempla la posibilidad de que el titular del ejecutivo este ajeno a nuestras aportaciones y movimientos, ninguno de ellos se podría resistir la tentacion de manejar los millones de dolares que le aportamos para el desarrollo de sus planes y proyectos que finalmente como en el caso de Fox se convirtieron en una cadena interminable de pendejadas.
Al campesino lo pondremos en su lugar, donde debe estar sembrando la tierra para que no tengamos que estar exportando granos transgénicos que tanto dañan a la ciudadanía y ya que somos un país fértil que todo lo que sembramos se nos da, no le vamos a aconsejar que siembre granos, ni maíz ni trigo, que se haga rico sembrando mariguana, preferible tener un país de mariguanos que un país de alcohólicos y así hasta la madre de grifos, hasta los extranjeros van a pensar que somos un país de filósofos.
Este mecanismo ha sido la fundamental terapia de nuestro Presidente que todos los dias se retaca varias dosis de diversos compuestos organicos derivados de alcaloides, o canabiaceos que lo hacen ver un país esplendoroso aunque nos este cargando la chingada.
Con esto que les estoy contando vayan midiéndole el agua a los camotes, agarren los elementos de juicio y sientanse cómodamente y recuerden: Si quiere ver a su hijo fuerte y sano…Póngalo mariguano!
Y mucho cuidado, con nosotros no se metan porque somos los únicos autorizados por el Gobierno para ejercer la pena de muerte en este país. A nosotros los juicios escritos y orales nos la Pérez Prado.
Jose Natera: Autor intelectual de este comunicado ficticio pero que puede llegar a ser una realidad..
www.josenatera.net
www.myspace.com/jnatera
mardi, septembre 19, 2006
Ritual de muerte
Asueñado, el guardia retira la cadena y abre la reja del cementerio. Sin mirar a la primera visitante de la mañana, le advierte que camine despacio, porque la tormenta nocturna deshojó los árboles y las veredas están resbalosas.
Nina se alegra de que el guardia no sea el mismo que la recibió los años anteriores. Le pregunta, como si no lo supiese, dónde queda la tercera sección. En medio de un bostezo el hombre señala hacia el norte.
Mientras avanza por el sendero, Nina observa los monumentos fúnebres. Le gusta, particularmente, el del ángel con las alas desplegadas y los pies hundidos entre lirios. La primera vez que vio la estatua, hace 19 años, se dijo que mandaría esculpir una idéntica para la tumba de Sotero.
Ahora se burla de sus sueños. A lo más que llegó fue a poner una cubierta de granito sobre la fosa de su amante. Cuando ordenó el trabajo, el lapidario le pidió información: "El segundo apellido del finado y su fecha de nacimiento. La de su muerte ya me la dijo: 19 de septiembre de 1985".
Cuando no pudo satisfacer al grabador, Nina se dio cuenta de que ignoraba cosas fundamentales acerca de Sotero: el hombre más importante de su vida desde que lo conoció en el taller donde ella era costurera y él capataz.
Para huir del recuerdo, Nina acelera el paso. Resbala y evita la caída aferrándose a la reja de una cripta. Entre los barrotes descubre a una araña inmóvil, como muerta, y a una mosca que avanza por la telaraña. Nina se acerca y sopla con la esperanza de alterar la ruta del insecto. No lo consigue y prefiere alejarse para no ver el desenlace.
II
La tumba de Sotero está rodeada por charcos y hierba crecida. Nina desliza la mano para retirar las hojas que ensucian la cubierta de granito. Ve la inscripción y piensa otra vez en todo lo que ya nunca sabrá acerca de Sotero. Sigue las letras de su nombre con el índice. Lo hace conla misma ternura con que acariciaba las cicatrices en el hombro derecho de su amante.
La única vez que ella le preguntó por qué tenía esas marcas, él se levantó de la cama disgustado, le ordenó que se vistiera y le advirtió: "Mis cosas son nada más mías. No vuelvas a preguntarme nada".
Nina tuvo que aplicar ese principio a todas las acciones de Sotero, incluidas sus ausencias y sus actitudes de favoritismo hacia otras costureras del taller. Las trabajadoras ignoraban la relación de Nina con el capataz, y eso les permitía referirse al acoso con que él las presionaba a cambio de conservarles el puesto, a abogar en su favor ante el patrón.
Al oír esos comentarios, Nina sentía repugnancia por Sotero; desprecio hacia sí misma por amar a un hombre indigno y cruel. Dividida entre la culpa y el deseo, consideraba la posibilidad de rechazarlo; pero olvidaba sus buenos propósitos en cuanto él volvía a desplegar sus artes de seducción. Entonces se entregaba sin memoria, sin reservas, sin reproches, sin miedo.
En secreto, Nina acabó por odiar a todas sus compañeras y por obsesionarse con las de nuevo ingreso. Su último tormento fue Gloria. Después de una semana de trabajar en el taller, a principios de septiembre de 1985, Sotero le ordenó a la recién llegada que sustituyera a Nina en la máquina over.
Sin protestar, Nina aceptó la transferencia al área de planchado. Los siguientes días tuvo que esforzarse para no seguir las recomendaciones que sus compañeras le daban a la hora de comer: "No seas tonta: pide una cita con el patrón y dile lo que el pinche capataz acaba de hacerte".
Nina justificaba su mansedumbre: "Al patrón no le gusta que andemos con chismes. Sotero puede salirle con que me cambió porque estoy trabajando mal y a lo mejor hasta me liquidan". Alicia, la más aguerrida de todas, insistía: "Pues te vas a otro taller. Con la experiencia que tienes, me canso que rápido te contratan".
Nina se mordía los labios para no confesar que si algo la anclaba en ese taller era la esperanza de que Sotero formalizara su relación. Por eso fue tan dichosa la tarde en que su amante, en vez de llevarla al hotel, le dijo que irían a su casa porque deseaba pasar toda la noche con ella.
Ilusionada, agradecida, Nina apenas se atrevió a decirle que los miércoles por la noche su madre la llamaba desde Chilpancingo a la casa de una vecina para darle noticias de sus hermanos. Sotero la tranquilizó: "Le hablas mañana y le dices que recibimos un pedido urgente y que te quedaste trabajando horas extras".
Fue una noche maravillosamente fatigada en los encuentros amorosos. La excitación mantuvo a Nina despierta. Mientras acariciaba la espalda de su amante, repetía la fecha más feliz de su vida con la promesa de recordarla siempre: 18 de septiembre de 1985.
III
Nina paga los servicios del camposantero que la ayudó a limpiar la tumba. La cubierta de granito resplandece y un pálido rayo de sol cae sobre la única fecha que acompaña el nombre de Sotero: 19 de septiembre de 1985. Nina se tortura con la eterna pregunta: ¿qué habría sucedido si aquella mañana hubiera insistido para que Sotero la acompañara hasta la esquina del taller?
En vez de hacerlo esperó a que él se durmiera y salió a la calle, con el cuerpo aún húmedo y tibio, urgida de presentarse en su trabajo antes de que Evaristo, el jefe de turno, castigara su retardo con tres días de suspensión sin goce de sueldo.
Nina recuerda que al pasar frente a la panadería, como siempre, miró el reloj: eran las 7:15. La certeza de que estaba a tiempo la tranquilizó. De pronto, sintió como si le golpearan el pecho. Perdió el equilibrio, se apoyó en la pared y contempló una escena distorsionada que atribuyó al desvelo: edificios tambaleándose, cables girando enloquecidos, chisporrotazos, vidrios estrellándose contra el suelo. Una piedra le rozó el hombro y le desgarró la piel. Alguien le gritó: "¡Corra!" Nina obedeció por instinto, sin comprender su impulso de escapar ni de qué huía.
Empezó a entenderlo cuando por fin logró llegar al taller. Tirado junto a la puerta caída, entre piedras, vio el cuerpo de Evaristo. Sobre la escalera intacta llovían tierra y polvo. Temblando, Nina subió los dos tramos que la separaban de su área. Lanzó un grito cuando vio la confusión de escombros, rollos de tela, figurines, máquinas, cuerpos. Bajo la over había quedado Gloria.
Antes que en su familia, pensó en Sotero. Lo único que le importaba era volver junto a él, comprobar que estuviera a salvo y decirle: "Estoy viva". No imaginó siquiera que le resultaría imposible hacerlo: del edifico donde había pasado la noche con su amante sólo quedaba un hueco enorme coronado por una nube de humo negro.
IV
El tañido de una campana libera a Nina del recuerdo y la devuelve a su realidad. Tiene que asistir a la misa que cada año celebran las costureras en memoria de las fallecidas durante los terremotos, y después presentarse en su trabajo.
Nina es detallista en una fábrica de ropa. Ya no recibe llamadas los miércoles: su madre murió y sus hermanos emigraron a Estados Unidos. Las raras ocasiones en que le hablan por teléfono la invitan a que siga sus pasos: "Allá todo está cada vez peor y ya no queda nadie de la familia. ¿Qué esperas para venirte con nosotros?" Nina responde que ya no está en edad de correr aventuras. Su explicación oculta el único motivo que la retiene aquí: Sotero.
Rumbo a la salida, al pasar frente al monumento donde estuvo a punto de caer, Nina se detiene y mira: en la telaraña sólo queda el esqueleto arriscado de la mosca.
A manera de epílogo...
Sin duda alguna uno de los episodios mas tristes en la ciudad de México fue el terremoto del 19 de Septiembre de 1985, y una de sus historias más escalofriantes y dolorosas es precisamente la de las costureras del centro. La zona centrica de la ciudad fue seriamente castigada por la impetuosidad de Coatlicue, que dejo en ruinas cerca de 800 fábricas y talleres que a su vez hicieron de sepulcro de más de 600 costureras, pero lo peor fue que cuando muchas de esas mujeres proletarias tuvieron la posibilidad de haber sido rescatadas, fueron abandonadas por codiciosos patrones que dieron prioridad al salvamento de cajas fuertes, ropa y maquinaria.
mercredi, septembre 13, 2006
La tormenta
Envueltos en sus cobijas, los ancianos parecen crisálidas. En sus rostros hay señales de alerta. Ahondan las líneas en sus frentes, enredan los ángulos de sus ojos, subrayan las comisuras que enmarcan una sonrisa de alivio que, por momentos, es también de temor: nadie sabe si volverán a estar en peligro.
Todos al mismo tiempo hablan de la tromba en voz alta, perforada por carraspeos y toses. Recuerdan que a las 8:37... Corrigen: no, a las 8:40, porque estaba dándole cuerda a mi reloj y vi la hora. Sea como fuere, oyeron golpes en sus ventanas. Cada uno los interpretó a su modo: "Creí que era el viento". "Pensé que estaba temblando". "Eugenio me apedrea los vidrios".
Eugenio se siente orgulloso de que Delia, su eterna enemiga, lo haya mencionado sin repetir los insultos: apestoso, majadero, aburrido, meón, bueno-para-nada, cegatón, feo. Eugenio le agradece en especial que hoy no lo llame "viejo inútil". Después de todo él fue quien retiró los trozos de hielo que le impedían a Delia abrir su puerta.
Aurelia, la más pequeña de estatura, logra imponer su voz para dar su interpretación de la granizada. "Cuando mi hermana Julia murió, escuché los mismos golpes en toda la casa, por eso el miércoles pensé: de la familia nada más quedo yo. Llegó el momento de irme. No me dio miedo, sólo me encomendé a Nuestro Señor". Toma la punta de la cobija y la sube hasta su barbilla para evitar que se escape el calor de su cuerpo: señal de que sigue viva y que dentro de un mes superará a su hermana Julia, fallecida a los 92 años.
Incómodo ante la alusión a la muerte, Jerónimo se apresura a contar que la lluvia entró en su cuarto por el vidrio roto. No insiste, como otras veces, en que lleva años pidiéndole a la administradora del asilo que se lo reponga; sólo habla de los goterones que salpicaron su sillón y la revista en la que estaba leyendo un artículo acerca del reservorio de plantas que se instalará en la Luna por si sucede algo en la Tierra.
Irene se despoja de la manta que cubre también la botella color ámbar, donde se hunde en el agua una larga rama de hiedra. Hace tres años, antes de asilarse, la cortó de la enredadera en el patio de su casa: una ruina tan olvidada como ella. Está segura de que su vida se prolongará hasta el día en que la hiedra crezca lo suficiente como para tapizar las paredes de su cuarto. Afirma que al oír la granizada y los raudales de agua bramando en los patios corrió a poner la botella ámbar en la repisa.
Sadot enciende un cigarro. Nadie protesta. Después del gran peligro en que estuvieron, para los ancianos hoy no significa nada el humo del tabaco.
Miran cómo envuelve a Sadot mientras asegura que al ver las corrientes recordó sus ríos de Veracruz, y cómo arrastraban de un poblado a otro la música de los arpistas. El sonido era una invitación para que todo el mundo acudiera a un casorio, un bautizo, unas bodas de plata, la llegada de un párroco nuevo o el retorno de un hijo derrotado por la violencia en la frontera.
Sadot no concede importancia a las miradas incrédulas que intercambian sus compañeros. Sabe que lo que cuenta es tan cierto como que la música jarocha igualaba a las gentes que iban a las fiestas sin que nadie les cerrara las puertas porque estuvieran mal vestidos o profesaran otra religión.
Fabiola suspira -"Qué bonito"-, y dice que le gustaría conocer el mar. Espera poder cumplir su sueño antes de que caiga otra granizada y destruya parte de su techo. Se lleva las manos a la cabeza, detecta entre los mechones de pelo una piedrita y se la entrega a su vecino como prueba del riesgo en el que estuvo.
Imaginar su cuerpo atrapado entre bloques de yeso y piedras la conmueve. Fabiola llora sobre el cadáver en que por fortuna no se convirtió. El hecho de no haber muerto es para ella la prueba de que Dios quiere darle tiempo para que se reconcilie con su hija Beatriz. Mañana temprano la llamará por teléfono. Le dirá que no le guarda rencor por haber convencido a su yerno Saulo de que la encerraran en el asilo; se lo agradece, porque está rodeada por personas de su edad, con las que sí puede conversar sin que se aburran y le den la espalda.
Suena el teléfono. Todos miran hacia la puerta en espera de que Gilberto, el empleado de turno, aparezca en el salón y diga para quién es la llamada. Excepto Eunice, los asilados tienen hijos, nietos, bisnietos, parientes, amigos, antiguos vecinos que los olvidaron. Tal vez la tromba les haya refrescado la memoria y quieran saber cómo están sus padres, abuelos, bisabuelos.
Gilberto entreabre la puerta del salón y grita: "Eunice: teléfono". La aludida permanece indiferente. Su vecina le sacude el hombro: "Es para usted. La llaman, apúrele".
Eunice levanta los hombros y les recuerda a sus compañeros lo que saben: no tiene a nadie en el mundo. Gilberto, que aún debe sacar a la calle las bolsas de plástico negro llenas de hojas, ramas y bloques de hielo, pierde la paciencia y dice que colgará sin más.
Fabiola lo detiene y convence a Eunice de que vaya a contestar porque, total, si no es para ella por lo menos le hará bien la caminadita por el pasillo. Incómoda al verse convertida en centro de atención, Eunice se despoja de la frazada, se levanta y camina con los brazos levantados, como si temiera chocar con los muebles o estrellarse contra los muros.
Los asilados llevan la contabilidad de los pasos que median entre sus habitaciones y el comedor y la capilla; también guardan registro de los que deben dar para ir del salón de usos múltiples al teléfono en el pasillo. Adquirieron esos conocimientos cuando la madre Piedad, que en paz descanse, les advirtió que Dios quizá tuviera dispuesto someterlos a otra prueba privándolos de la vista, y entonces ellos tendrían que ser sus propios lazarillos.
La capacitación de los ancianos duró meses. A todas horas se les veía ir y venir por el asilo contando pasos y gritando las cifras finales como si se tratara de una lotería: "Noventa y ocho de mi cuarto al comedor", "Nomás 14 de mi cama al baño". La única que no registró cuántos pasos se necesitaban para ir del salón al teléfono fue Eunice; pero los demás sabían muy bien que eran 33: la edad de Cristo.
Los compañeros de Eunice se dan cuenta de que llegó al teléfono cuando al fin pronuncian la cifra clave: 33. Satisfechos de no haberse equivocado, guardan silencio para escuchar lo que ella dice: "Bueno. ¿Quién habla? Sí, soy yo: Eunice Alvarez. ¿Quién es usted?" No se oye nada más. Los asilados deducen que Gilberto se equivocó, pero lo disculpan porque el pobre muchacho tiene un trabajal enorme. Desde la mañana del jueves no ha hecho sino levantar escombros, ramas rotas y bloques de hielo.
Pascual aprovecha para repetir que una vez fue de excursión al Nevado de Toluca y que después de aquella mañana nunca había vuelto a ver tanta nieve como el miércoles por la noche. Levanta los ojos y describe lo que todos miraron: un manto helado sobre el pasto desigual del jardín, ramas quebradas en los arriates, y hojas y trozos de hielo cayendo desde los fresnos.
Suspende su relato y les pide a sus amigos que pongan atención porque le pareció escuchar la risa de Eunice. Dolores asegura que lo que están oyendo son quejidos. Miguel se pone de pie. Esteban le impide que se acerque a la puerta. Aprovecha para confesarles que lo único que le molesta de ellos es que lo oigan cuando su hermana lo llama por teléfono los domingos para culparlo de haber perdido la casita heredada de su madre. Por eso ahora tiene que vivir con una prima que la trata muy mal.
Irene vuelve a ocultar la ramita de hiedra bajo su manta. Sadot toma otro cigarro pero no lo enciende: ya consumió su cuota diaria. Se escuchan pasos en el corredor. Los asilados se vuelven hacia la puerta mientras murmuran la cuenta regresiva: "seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno". Se levantan para recibir a Eunice. Quizá esté desolada y los necesite más que la noche del miércoles, cuando salió de su cuarto dando de gritos, empavorecida por los golpes del agua y el granizo.
Con la misma intensidad llueven sobre Eunice las preguntas: ¿quién era?, ¿quién te llamó?, ¿por qué tardaste tanto? Agobiada, Eunice ocupa su lugar, espera a que todos hagan lo mismo y explica que la llamó Adalberto. Le recordó que habían sido novios de jóvenes y, al enterarse de los desastres causados por la tromba, ansiaba tener noticias suyas.
Los asilados le hacen una sola pregunta, en tono de escepticismo, burla, malicia, fastidio: si no tienes a nadie en el mundo, ¿cómo supo ese tipo que podía encontrarte aquí? Eunice parpadea y confiesa que ella misma no logra explicárselo: no recuerda haber conocido a ningún Adalberto, pero no se lo dijo y le permitió hablar hasta que al fin se despidió. Fabiola le exige que diga por qué escuchó a un desconocido. La respuesta de Eunice es muy simple: comprendió que el hombre estaba muy solo.
Se pone de pie, reacomoda la cobija sobre sus hombros, da las buenas noches y empieza a contar los pasos que la separan de su cuarto. Los asilados se disponen a hacer lo mismo. Mientras caminan cuentan. Las cifras rebotan contra las paredes, igual que el miércoles resonaron la lluvia y el granizo.
A la nochecita
Jaime Avilés
Por la ventana de la tienda de campaña de Andrés Manuel López Obrador, frente al balcón central del Palacio Nacional en el Zócalo, como un pájaro entra un grito:
-¡Andrés!
Sentado de espaldas a una bandera de México, que Jesusa Rodríguez le colocó detrás de la silla donde trabaja alrededor de 14 horas cada día, el político tabasqueño también grita:
-¿Qué quieres?
-¡Te trajeron un regalo! -le responde la otra voz.
-¡Ahorita no!
-¡Ahorita sí! ¡Me dijeron que tienes que escoger! ¡Es uno para ti y otro para mí!
-¡Está bien, pásale!
Y a paso veloz, gordito y con el pelo corto, sin dientes caninos, de camiseta blanca y pantalón corto, entra en la tienda un niño con dos botellas de plástico llenas de esos refrescos del siglo XXI que parecen jabones líquidos para sacarle brillo al piso.
-¿Cuál quieres? ¿El rojo o el azul? -dice el niño.
-Dame el rojo. Necesito una transfusión de sangre -bromea el dirigente.
-Bueno, pero me guardas el mío, ¿eh? -replica el gordito y se va como vino: corriendo.
-Muchacho cabrón -sonríe Andrés Manuel-, me deja el suyo para tener pretexto para regresar. Es listísimo.
-El niño se llama Juan Manuel Zúñiga Romero, de 10 años de edad, y ha pasado la mitad de su vida en la calle, "vendiendo paragüitas", dice, en los portales de 20 de Noviembre.
Desde que el plantón se instaló en el Zócalo, el 30 de julio, se acercó al "campamento cero", el de López Obrador, y nadie sabe cómo se las ingenió para entrevistarse con él. Pero Julia Arnaut, la asistente de Jesusa, recuerda que el muchachito abrió fuego quejándose de los encargados de la seguridad.
-Nunca me dejan entrar -protestó cuando al fin tuvo al líder ante sí y le contó su problema, que ahora le vuelve a plantear a este cronista.
Dice que cinco años atrás estaba "en Justo Sierra" -fórmula que usa para referirse a la casa de su abuelito, en la calle Justo Sierra, donde vivía con sus papás-, cuando "entraron unos señores de negro, que dizque a revisar y ellos pusieron la droga", afirma, y lo hace de corrido, como que ha relatado esa historia miles de veces, antes de añadir: "Luego vino la policía y se llevó a mi mamá".
A partir de ese momento, Adriana Romero Torres, su madre, está presa por delitos contra la salud en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, un lustro largo en que el niño, abandonado cíclicamente por el papá y más o menos atendido por el abuelo, ha tenido que seguir creciendo de cualquiera manera y pasando la mayor parte del tiempo en la calle.
Después de escucharlo, Andrés Manuel le dio un gafete con su firma para que pueda visitarlo cada vez que se le ofrezca. Y el niño, que ahora también trae colgada al cuello su acreditación de "delegado" a la convención nacional democrática, busca el apoyo de los políticos y los periodistas que pululan por ahí, haciendo él mismo su propia lucha en favor del Peje:
-Yo quiero que quiten al profesor Hugo, de la escuela primaria Guadalupe Zavaleta, aquí en el centro, porque siempre está echando mentiras del licenciado Andrés Manuel...
vendredi, septembre 08, 2006
Convivir con las ausencias debería de estar prohibido
Me caí que vivir en nuestro país es realmente difícil. Levantarte temprano y decidido a lidiar con un mundo que más que representar un obstáculo fehaciente, se convierte en un verdadero infierno. Sin más ni más, pareces condenado (y en todo momento) a toparte con todo un catálogo de agravios que en el mejor de los casos toleras porque no te queda de otra, pero que en el fondo odias. Deshonestidad, hipocresía, vituperios, desdenes, desilusiones, engaños, desamores y toda la larga lista de etcéteras que quieran ser agregados.
No es la primera vez que me sucede, pero cuando realmente me siento bien, cuando comienzo a sentirme realmente pleno; estoy equivocado y condenado a una frase que leí no recuerdo dónde... "La vida, no es mas que una interminable sucesión de soledades..." En realidad a todo esto no le tomo mucha importancia porque en el fondo se que no constituye un problema o demonio con el cual tenga que lidiar; afortunadamente he aprendido que convivir con ellos, es menos desgastante que tratar de erradicarlos.
Ya no se si definir como fortuna o desgracia el hecho de haber sido ¿colocado? En ésta vida como un animal autodefinido “racional”. Un animal condenado a vivir con su alter ego y atormentado a diario por la seguridad de saber que su propia existencia constituye un problema que tiene que resolver y del cual no puede escapar. ¡Chingaos! Que diferente sería si me hubiera tocado ser una abeja y vivir volando de flor en flor, o una rana, un pez o un perro olisqueando el trasero de otro, o… ¡qué se yo! Todo, excepto éste saco de piel relleno de carne, huesos y pensamientos propios y ajenos que represento.
Y aunado a esto vivir explícitamente en México se está convirtiendo en un verdadero vía crucis. El país de “la democracia”, el de: “el estado de derecho”, de: “las instituciones”, de: “la transparencia”, el de: “nadie está por encima de la ley” y el de todos los eufemismos habidos y por haber… yo creo estar convencido de que a éste país lo mantienen sostenido un par de mondadientes y que la supuesta “democracia” que vivimos no es más que una ramera gorda, desfigurada y fea de un tugurio disfrazado de “antro VIP”.
Creo que el amor si es ése motor que mueve y revoluciona al mundo, el que aligera o pretende aligerar todas las cargas que se nos presentan a diario… ¡Bienaventurados aquellos que disfrutan de dicha gracia! A mi, en éste momento me ha tocado estar en el paredón contrario, por alguna estúpida razón (que no pretendo desconocer) he perdido hace poco “ese puerto”, estoy de vuelta en el mismo lugar (y ya casi acostumbrado) en el que inicié al llegar a éste mundo… me encuentro de nueva cuenta en el mismo rincón que me a reservado la soledad, de todo esto estoy seguro que no he de morir, “a todo termina acostumbrado uno”. De lo que si estoy seguro es de que convivir con las ausencias de las personas que amas, debería estar prohibido… ¡eso en verdad si que duele!